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Archivo de la etiqueta: sucedio en aste nagusi segunda parte

Restaurante-KafeAntzoki-Bilbao-InteriorAquí la primera parte: https://lahistoriameconfunde.wordpress.com/2014/08/25/sucedio-en-aste-nagusi/

Como cada jueves, el Kafe Antzoki, antaño un teatro, actualmente un antro de lujuria y perversión, está lleno hasta el culo. Huele a sobaco, a tabaco y a un montón de cosas más que acaban en aco. Este lugar es de lo más variado. Pantalones de Ternua se mezclan con polos de Ralph Lauren y flequillos engominados como en una sinfonía de felicidad y comunión etílica. Miles de cuerpos hacen gestos como de lenguaje de signos mientras suena una canción de Zea Mays. Pienso que más que sordos parecen todos gilipollas. Mi misión es educar musicalmente a esta gente.

Mientras me acerco a la zona reservada para el DJ, veo en el piso de abajo, en la zona que cuando el bar no está lleno de estudiantes borrachos se convierte en escenario, a uno de mis colegas intentando ligar con una tía. El otro tío con el que hemos salido ya se ha ido con su novia, así que ahora tengo un doble objetivo. El primero, el primordial, el más importante: que me pongan Aires de Fiesta, de Karina, en el Antzoki. Llevo varias semanas intentándolo y esta vez ya se ha convertido en un reto. El segundo es más variable: puedo, o bien ligar yo también, lo cual parece bastante complicado porque estoy tan borracho que antes he intentado salir por la puerta de las taquillas, o bien joderle el ligue a mi colega, lo cual parece bastante más sencillo.

– Aires de Fiesta, de Karina – digo con suficiencia cuando se acerca el DJ.

El tío me hace un gesto con la cabeza, como de no entender. Se lleva una mano al oído.

– ¡Aires de Fiesta! ¡De Karina, joder!

El tío me hace un gesto con la cabeza, como de entender perfectamente. Se descojona y se va riéndose hasta la otra esquina de su espacio de DJ.

– ¡Eh, tío, soy tu cliente, joder! ¡He visto como le ponías Zea Mays a la tía de antes! ¡Zea Mays es una mierda! ¡A tope con Karina!

Animo a las tías que hay a mi lado a que griten conmigo pero me mandan a la mierda. El tío no me hace ni caso, sigue riéndose, y si algo odio más que un patxaran aguado es que la gente no me tome en serio.

– Mira, tío, o me pones a Aires de Fiesta o empiezo a escupir al piso de abajo.

El tío me mira con cara de pocos amigos. Dejo resbalar un poco de saliva por mis labios y cuando está a punto de caer al piso de abajo, absorbo fuerte del hilillo de baba para evitar la caía. Miro al tío a ver si reacciona. Vuelvo a repetir la operación.

Tras varios tanteos, el Dj vuelve a acercarse a mí.

– Si echas un solo japo llamo a los de seguridad para que te hagan limpiarlo con la lengua.

Le digo que no sería el primer japo que limpio con la lengua, pero no le impresiona demasiado. Le digo que voy a ir a la barra a pedir una hoja de reclamaciones y le impresiona menos todavía.

Me acerco a las tías de antes.

– Necesito vuestra ayuda para una misión peligrosísima.

– Tú eres Alonso Iturriaga, ¿no? – me dice una de ellas.

– ¿Eres agente secreto o algo así? – me dice la otra con sorna.

– ¿Estás loca? No hables tan alto, joder. Hay un montón de oídos aquí. Espera, ¿de qué me conocéis? ¡Da igual, no me lo digáis! Tengo problemas más importantes.

Les explico mi plan: ellas, como chicas atractivas que son, se acercarán al Dj y le pedirán que ponga Aires de Fiesta. Al triplicarse en cuestión de segundos la cantidad de gente que desea escuchar esa canción concreta el tío no podrá negarse. Ellas me explican su plan: esperar a que el novio de una de ellas, que resulta ser el DJ, salga de trabajar para contarle lo que opino de su atractivo y que el obre en consecuencia. Le doy un trago a mi patxaran como signo de virilidad. Lo escupo. Está aguado.

Todo sale mal. Ha llegado el momento de joderle el ligue a mi colega para que así me pueda ayudar a conseguir mi absurdo objetivo.

Camino agarrado a la valla del segundo piso del bar. Unas chaqueta allí apoyadas caen al piso de abajo. Creo que ha sido culpa mía. Un tío que dice ser dueño de una de esas chaquetas me lo confirma. Concretamente, me lo confirma dandome una sonora colleja. Me voy corriendo antes de que sus amigos me confirmen la propiedad del resto de chaquetas.

Llego a donde mi amigo y me doy cuenta de que aún no he pensado en una táctica para joderle el ligue. Ante la falta de alternativas, me temo que voy a tener que besarle. Me armo de valor y lo hago. Veo la cara de alucine de la tía. Le meto la lengua. Mi amigo empieza a hacer ruidos de arcadas mientras los ojos parecen salírsele de las órbitas. Miro de reojo a la chica, que se está riendo. Para que le quede clara la situación, dejo de besar a mi colega y suelto la sentencia final:

– Hoy estoy borracho. No hace falta que te pongas condón.

Mi colega niega con la cabeza mientras sonríe a la chica avergonzado. Me doy cuenta de que la chica me suena.

– ¿Alonso?

Miro al techo.

– ¿Dios?

La chica se ríe.

– Qué gilipollas eres.

Mi colega no se ríe.

– ¿Os conocéis?

Miro a la chica intentando recordarla. ¡Ya lo se, joder! Intenté ligármela hace un mes, en Aste Nagusi.

– ¡Joder, la chica de Kaskagorri!

– Me llamo Mercedes, chico.

– Como el coche de mi tío, entonces. – espero a ver si se ríe. No se ríe. Hay que cambiar de tema – Vaya, tía, como me ha costado reconocerte sin falda de arrantzale.

– Y a mi a ti sin purpurina por la cara. Y sin tirarte la bebida por encima.

Estoy a punto de volcarme el patxaran por la cabeza cuando la tía (Mercedes, se llama Mercedes) me para la mano.

– ¡Te preocupas por mi! Chica, esto tiene que ser amor verdadero.

La chica vuelve a sonreirse y me pregunta por mi desaparición cuando íbamos de camino a Bilvi. Le digo que es una historia muy larga, que tiene que ver con los baños portátiles de fiestas de Bilbao, y que es bastante asquerosa, que prefiero no contársela. Mi colega se encuentra con otro colega suyo que también empieza a hacer como que le besa, poniéndole la mano en la boca para evitar cualquier contacto bien labial o lengual, o como coño se llame un contacto con la lengua. Vuelvo a prestar atención a Mercedes.

– Eres bastante asqueroso, pero también bastante divertido.

– El primer ruido que hice al nacer fue un pedo, querida. Tu me dirás si se te ocurre algo más gracioso y divertido.

La chica se ríe. Pienso que podría ligármela ahora mismo. Pero he de ser fuerte. Mi objetivo es otro.

– Tienes que acompañarme a la barra, Mercedes.

– Tranqui, mientras no me tires la cerveza al suelo estoy servida.

– Es mucho más importante, créeme.

Nos acercamos a la barra apartando cuerpos que bailan al son de La Canción del Pirata, del puto Sabina. ¡Pueden poner Sabina pero no ponen Karina! Se van a cagar, pienso.

Brindo con Mercedes y vacío de un trago mi aguado patxaran. Que lo odie no significa que no vaya a bebérmelo, joder, ya lo he pagado.

– Un patxaran y la hoja de reclamaciones, por favor – digo en la barra.

– ¿Hoja de reclamaciones? ¿Para qué quieres eso?

– El Dj no me quiere poner Aires de Fiesta de Karina.

El camarero se empieza a reír. Miro a Mercedes. Ella también se ríe.

– ¿Qué es esto, el puto club de la comedia? ¡Lo digo en serio, joder!

– Chupito o copa.

– ¿Esa canción de quién es?

– Venga tío, que tengo la barra petada, ¿quieres el patxaran en chupito o en copa?

– ¡Ah! En copa, por favor. Y la hoja de reclamaciones.

El tío me pone una copa de patxaran con dos hielos. Le pido otro hielo. Le digo que ahora tiene mucho hielo, que me eche más patxaran. Me manda a la mierda previo pago de tres euros cincuenta. Miro mi cartera. Tengo dos euros ochenta. Se lo digo al camarero, que guarda la copa bajo la barra.

– Vale, tío, hagamos lo siguiente. Quítale el hielo extra y te pago dos ochenta y en paz.

– Vete de la barra de una puta vez o llamo a seguridad.

– ¡Quiero dos hojas de reclamaciones, joder!

Mercedes me dice que me calme y me da los setenta céntimos que faltan. Se lo agradezco. El camarero me da mi patxaran. Me dice si a él no le doy las gracias. Le digo que no hasta que me de mi puta hoja de reclamaciones. Mercedes me saca de allí antes de que el tío salte la barra.

Mientras subimos las escaleras le cuento que ha sido un hecho muy casual el que nos hayamos encontrado, que yo solo quería joderle el ligue a mi colega, que ha resultado ser ella. Ella me dice que no he conseguido joderle el ligue y me señala al piso de abajo. Sobre el suelo de lo que suele ser el escenario, mi colega y otro amigo suyo están tumbados, uno encima de otro, fingiendo un coito de lo más violento. Sus pelvises se golpean como si tuviesen un imán. La gente alrededor le mira, algunos escandalizados, otros divertidos, la mayoría grabándolo con sus móviles. Es una escena de lo más dantesca. Pero ellos están ahí, pasandolo genial con su violento polvo fingido…

Cojo a Mercedes de un brazo y la miro a los ojos. Con todo mi aplomo, se lo digo.

– Me encantaría fingir un coito violento contigo, Mercedes.

– Bueno, primero la canción, ¿no?

Quiero decirle que la canción puede esperar, pero veo acercarse a los tíos de las chaquetas de antes, así que asiento con la cabeza y me la llevo de allí.

Cuando llegamos a donde el Dj, Mercedes habla con él durante diez segundos, y durante treinta segundos más habla con las chicas a las que he intentado convencer antes, que han resultado ser sus amigas. Al de tres minutos, empieza a sonar.

– ¡Aires de fiesta, los chicos y chicas, radiantes de feeelicidaaaaaaaaad!

Empiezo a bailar, radiante de felicidad, con Mercedes, medio de un Antzoki en el que las luces empiezan a encenderse.

En cuanto termina la canción, bajamos por las escaleras y salimos por el pasadizo secreto que hay a la izquierda del escenario, ese que todo el mundo conoce pero poca gente usa para salir del Kafe Antzoki. En la salida, me encuentro con mi colega, que está con su colega, y los tres empezamos a fingir un coito violento.

– Oye, majo, tu finges un coito violento con cualquiera. – me dice Mercedes.

– Si quieres lo fijo contigo, ¿eh?

– Es que así, sin purpurina ni nada…

Y juntos marchamos por Bilbao, un viernes a las cinco de la mañana, en busca de una mercería en la que comprar purpurina.